jueves, 14 de octubre de 2010

En tren de confesiones




Entre las ridículas costumbres que el ser humano se empecina en repetir en cada casamiento al que asiste, sin dudas se destaca la del nefasto trencito.
Por si acaso este texto fuera leído por un extrarrestre de galaxias recónditas a las que aún no han llegado los avances de la civilización (o en su defecto por un pelotudo) describo a continuación, de manera breve, en qué consiste la técnica del trencito: un desubicado (por lo general borracho y/o pajero y/o con desórdenes sociopáticos) agarra por la cintura a un ocasional compañero de pista de baile con el objetivo de que otros hagan lo propio y así generar una encadenada unión de caderas-brazos-caderas con la extensión suficiente para dar la vuelta al Congreso de la Nación o el Palacio Pizzurno un par de veces.

Comprendida entonces la dinámica del trencito del infierno, a continuación se describen los personajes que cada invitado podrá asumir durante los diferentes estadíos por los que atraviesa el tren desde su concepción, desarrollo e infértil evolución hasta su muerte.

El organizador: también conocido como el hijo de puta de los trencitos, espera agazapado los primeros acordes de un insufrible tema caribeño para agarrar de la cintura a la víctima más cercana con una mano e ir incluyendo "vagones" a lo largo de la pista. Si uno lo piensa bien, este personaje en realidad nunca avanza: como va agregando gente entre la locomotora y él, nunca abandona su lugar. Hasta podría hacerlo de sentado en su mesa.

La locomotora: por lo general interpretado por una chica bastante pechugona o un masculino de nalgas firmes, es el objetivo principal de los organizadores del ecosistema. Esta pieza del engranaje sabe que está abonado a la primera posición del trencito de la alegría y deberá responsabilizarse de que no se detengan en ningún momento la marcha, que el recorrido elegido no decante en enriedo de los participantes y deberá evitar el descarrile de los vagones más beodos. Un locomotora que se precie sabe que elegir empedrados o escaleras empinadas nunca es recomendable y mirar cada tanto para atrás a ver si ahora son solo 2 los pelotudos que siguen sacando la manito para saludar, nunca está de más.

Vagón comedor: como en los viejos trenes que recorrían largas distancias con paquetas señoras durmiendo en camarotes, siempre hay un vagón más codiciado que otro. Por lo general esta posición está conformada por la que precede a un Sr. que se conoce bien dotado o la consecutiva a una Srita. de culo fornido, cubierto de tela más bien finita y de una altura que permita la apoyada. Es común ver a gordas culonas disputarse la posición que podría resultar bendecida por las manos de un fortachón en la propia cintura y a pajeritos adolescentes sacarse los ojos por estar atrás del bombón de la fiesta y hacerse el que los empujan para justificar la erección.

Ramal Tigre: como en los andenes de la Estación Retiro, donde los experimentados pasajeros conocen en qué vía reposa el tren que los dejará en sus ansiados destinos y saben diferenciarlos de aquellos que solo los alejarán para recorrar la provincia como pelotudos, siempre hay a la vera de la pista un indeciso que no está seguro de sumarse al trencito, prefiere no molestar, no se siente cómodo con los demás invitados, preferiría no tener que tocarle el culo a la mujer de un amigo o simplemente está a punto de vomitar por tanto carnaval carioca. Los demás integrantes de un ferrocarril nefasto, no distinguen entre tanto luz estroboscópica, efecto lumínico en RGB y humo transgénico en qué situación se encuentra el transeúnte que hasta ahora no se había subido al tren y le extienden la mano para que abandone su postura y decida sumergirse en las aguas de la alegría encadenada en forma de medio de transporte humano. En el mejor de los casos, el indeciso se moría de ganas de participar (es común identificarlos porque están de espaldas al tren pero tratan de ponerse en el medio para que alguien se los tropiece) y se sumará sin dudarlo. En el otro extremo se encuentran aquellos a punto de devolver el primer plato y la entrada en la camisa de otro vagón a la primera sacudida. La manera de identificarlos es el color verde en el rostro, la mano en la boca aguantando la arcada y la camisa desabrochada hasta la mitad del esternón.

Vaya pensando quién quiere ser en el próximo casamiento al que asista. No sea cosa que quede como un pelotudo.

2 comentarios:

Pablo dijo...

Puedo copiar este texto y enviarlo con las invitaciones para mi casamiento?

Odio el trencito y estará terminantemente prohibido perpetuarlo en mi boda. Lo cual será causal de despido inmediato de la fiesta.

LeO dijo...

Sí, por supuesto. Adelante!

Por mí no se preocupe que yo en su boda solo comeré como un cerdo y tomaré como un cosaco. Nada de trencitos.