lunes, 3 de marzo de 2008

Mi vida en peligro

La lluvia apenas había dejado de caer por unos minutos y era el momento ideal para combatir el encierro que el diluvio de los últimos días nos tenía acostumbrados.
Las zapatillas en vez de las ojotas y la campera en vez de la remerita de entrecasa eran suficientes para adentrarnos en el bosque.

No sabíamos lo que el destino nos deparaba...

En el bosque el camino se hace apacible y solo se escuchan los pájaros que cantan y el viento que mece las copas de los árboles.

Llegando a la mitad de una cuadra, nos llamó la atención los fuertes alaridos de un perro que aparecía por la próxima esquina. "Estará herido?", pensamos. "Serán de dolor esos ladridos?, pobre perrito".
Hasta que nos dimos cuenta que esos ladridos tenían un destinatario. Eran para nosotros.

Con toda la furia en sus ojos, nos ladraba incesante y amenazadoramente. Nos quedamos quietos, sin avanzar.

- "Qué hacemos?", pregunté yo con menos valentía de la que me caracteriza.
- "Nos quedamos en el lugar y no va a pasar nada", contestó mi compañera.
- "Guau, guau, guau", seguía el monstruo. "Guau, guau, grrr, guau".





Como si acaso nos sintiéramos culpables de estar interrumpiendo algunas de sus actividades, nos fuimos retirando de a poco, volviendo sobre nuestros pasos.

- "No mires para atrás y caminá tranquilito", me indicaron
Yo, obediente como siempre, miré para atrás.
- "Nos estás siguiendo...", dije ya con la voz temblorosa
- "No, no nos está siguiendo"
- "Guau, guau, guau", se escuchaba siempre detrás nuestro.
- "Sí, nos está siguiendo y se vino de mi lado".

Entonces, me cambié de lado. Me fui sobre el otro costado para que no sea mi olor el primero que detecte ese animal endemoniado (y de paso, para que no sea mi pierna la primera que encuentre en su camino voraz).

Las cuadras se fueron sucediendo y los ladridos no se alejaban. Las miradas por arriba del hombro y los pasos del monstruo escuchados como de reojo hacían que vaya de un lado al otro del camino. En algún momento me pregunté si no seríamos de verdad tan dañinos como este perro mugroso pensaba. Me sentía sucio.

Hasta que de repente, dejé de escuchar los ladridos.

"Acaso se habrá cansado de seguirnos, esta mierda de perro?", pensé.

Fue ahí cuando me di vuelta rápidamente y ya no vi al perro a la distancia que solía estar, unos metros detrás nuestro.
Mi vida pasó por delante de mis ojos en un segundo.
Ese monstruo corría hacia nosotros (hacia mí, en realidad) con las fauces abiertas y listo para atacar, cuando solté la mano de mi compañera y desde lo más profundo de mis entrañas exclamé

"ANDA A LA PUTA QUE TE PARIO PERRO DE MIERDA".

El mundo se paró.

Los pájaros dejaron su alegre cantar y el viento hizo un compas de espera en su agradable soplar.

Mi compañera me miró asombrada porque no sabía qué pasaba.

El perro empezó a caminar hacia atrás, asustado tal vez. Precavido seguro.

Era yo el que empezó a avanzar hacia el perro, con los dientes apretados y babeandome la campera.

Nos dimos vuelta y seguimos nuestro camino no sin antes agarrar un palito por las dudas. No para tirarselo a algún lindo perrito y que lo traiga sino para partirselo por la cabeza.


Cuando el mundo volvió a la normalidad, se escuchó la pregunta de rigor...
- "Qué pasó?".

La respuesta no se hizo esperar
- "Ese perro me quizo comer. Me salió de adentro el grito. Ahora caminemos un poquito más despacio, que estoy cagado en las patas y me tiemblan las piernitas".

2 comentarios:

Rondita dijo...

digno relato de un hombre que descubre en lo más profundo de su ser un animal salvaje, que retoma a su estado primitivo en busca de un solo objetivo, la supervivencia.
Es pero que a pesar de este inconveniente la allan pasado bien, un abrazo.

Anónimo dijo...

Genial. Siempre dije que un gordito simpaticón el día que fuera flaco y fachero sería un as del levante mientras preservara su sentido del humor. Lástima que no sea tu caso, claro. Un gusto volver a verte. Me estoy poniendo al día con el blog. Un abrazo.